CASTELLÀ – categoria C
Hormigas
Las hormigas han invadido nuestra casa.
Mis padres no debieran atemorizarse
por las cosas pequeñas que se guardan
a sí mismas en cajones o en cazuelas
y, sin embargo, hemos hecho las maletas
tras venderlo todo para mudarnos
breves y temblorosos al hemisferio sur.
Esas hormigas son más pacíficas
de lo que amanecidamente parecen,
son jeroglíficos que avanzan por la cocina
pespunteando la belleza de los azulejos,
no pisan el sofá respetuosas y se deleitan
con la música de los armarios empotrados
o con los laberintos de los cepillos de dientes.
No me importa confesar que yo las tengo cariño
como si fuesen mascotas inesperadas
o familiares que vinieron un día de visita
y decidieron en fila india no marcharse nunca.
Las hormigas han descubierto el frigorífico,
su plato favorito son las sobras de paella.
Durante estos últimos días trazan líneas de
cosquillas sobre mis brazos mientas duermo
y saben mi nombre aunque no lo pronuncien.
Es poético comprenderlas en sus viajes de migas
hacia agujeros que llevan al final de la calle.
Los niños somos risas guardadas en los bolsillos.
Las hormigas son las letras de otro alfabeto,
pensamientos escapados que no dejan manchas
o mínimos secretos que ya nunca sabremos.
Mis padres no sospechan que en la mochila
llevaré una caja abarrotada de hormigas
capaces de cruzar el control de seguridad
de cualquier aeropuerto, de volar en avión,
de pasar la aduana y salir en una línea perfecta
de especie no autóctona para invadir dichosas
una casa nueva recién alquilada en la lejanía
con las ventanas verdes y lavadora secadora
donde todo empieza de nuevo y termina de nuevo
porque las hormigas son como los niños,
o como el tiempo, o como el amor o como la vida.
Victoria Arregui Sancho
13 anys